Cristal y la Alianza de Razas
Cristal aún trataba de entender cómo había llegado a esa situación. Un instante antes estaba contemplando las ruinas de su hogar, y al siguiente, el mundo giraba sobre su cabeza, desplomándose en un velo oscuro que amenazó con tragársela entera. Al abrir los ojos, una luz cegadora la obligó a entrecerrarlos. Parpadeó rápidamente, intentando aclimatar su visión. Cuando pudo ver con claridad, se encontró en una especie de cámara cristalina rodeada de las más diversas criaturas femeninas que, hasta el día de hoy, solo creía que existían en los cuentos de hadas y leyendas antiguas.
Elfas de orejas puntiagudas y ojos que parecían contener la profundidad de los bosques; Dríadas cuya piel parecía hecha de la misma corteza de los árboles a los que estaban ligadas; Ninfas cuyos cabellos fluían como cascadas de agua vivas y vibrantes. Y más allá, las siluetas imponentes de las Dragonas, cuyas narices humeaban al oler la presencia de la humana entre ellas.
Las criaturas susurraban entre sí, contemplando a Cristal con una mezcla de curiosidad y emoción. Eran bellas más allá de lo imaginado, cada una con rasgos que las hacían únicas, pero unidas por la fascinación hacia la joven de cabellos blancos como la luna.
Una Elfa se adelantó con delicadeza, su paso grácil hacía que pareciera flotar más que caminar. Se detuvo frente a Cristal y con una voz etérea habló, "Despierta, doncella humana. Eres la invitada de honor en nuestra congregación. Te llamamos Cristal, y tu existencia entre nosotras es más que un presagio; es el comienzo de una nueva era."
Cristal, confundida y aturdida, intentó levantarse, pero una suave mano la instó a permanecer acostada. "No temas," añadió la Elfa, "Aquí no aspiramos a hacerte daño. Somos sabias en antiguas magias y poderes, pero lo que nos ha sido negado es la gracia de concebir vida sin la esencia de tu mundo. Tú nos brindas un puente hacia esa posibilidad."
Fue entonces cuando una Mujer Lobo, de pelaje oscuro y mirada incisiva, se adelantó con un aire de protección y dijo, "Nosotras, las lobas, honramos la fortaleza y la libertad. No te obligaremos a nada, pero tu presencia aquí podría ser clave para la supervivencia de muchas."
Una Vampira, cuya piel pálida se asemejaba a la de Cristal, compartió una sonrisa llena de misterio. "La vida entre nosotros no carece de maravillas," murmuró. "Y tú, Cristal, podrías encontrar más de lo que jamás imaginaste."
Mientras las palabras fluían hacia ella, Cristal sintió un cambio sutil en su interior. La posibilidad de ser madre de una nueva simbiosis entre razas era tanto una carga como un honor, y aunque su espíritu se rebelaba contra la idea de ser simplemente un medio para un fin, también era parte de ella anhelar la aventura y la pertenencia.
Cristal finalmente se sentó, sus ojos de diamante explorando la multitud de rostros expectantes. "No sé qué destino me ha traído hasta aquí, ni qué papel debo jugar en vuestra visión del futuro," dijo con voz firme. "Pero una cosa es segura, no soy una mera llave para vuestra supervivencia. Si permaneceré entre ustedes, será como su igual y compañera, no como un mero vaso."
Las criaturas presentes intercambiaron miradas, algunas con asombro, otras con un respeto recién nacido. Las Dragonas resoplaron, dejando escapar volutas de humo, iluminadas por la llama de un nuevo entendimiento.
Así se iniciaba el diálogo entre Cristal y las magníficas razas de este mundo, una conversación que definiría la base de un nuevo orden y una coexistencia pacífica, tejida por lazos de respeto, libertad y quizás, eventualmente, amor.