El Vínculo de Cristal
La tensión en el aire se intensificó aún más, como si las sombras mismas del castillo vibraran con la fuerza de las emociones desatadas. La Reina Dragona, con sus escamas reflejando la poca luz que se colaba por las altas ventanas, extendió sus alas en un gesto de posesión y autoridad. "¡Cristal es mía tanto como de cualquiera de vosotras!", exclamó, y su voz, que era como el crujir de la lava al enfriarse, resonó por toda la estancia.
La Reina Vampira, con su piel pálida y sus ojos brillando con una pasión inmortal, no se dejó amedrentar por la imponente presencia de su rival. "¡El amor no se reclama como propiedad, se nutre con libertad!", replicó, y sus palabras, afiladas como colmillos, estaban impregnadas de una verdad antigua.
Cristal, en el centro del conflicto, sintió cómo la desesperación y el amor luchaban dentro de su pecho. "¡Paren!", gritó con una voz que era un eco de su alma fracturada. Sus hijas, pequeñas figuras temblorosas en la penumbra, miraban la escena con ojos grandes y llenos de miedo. No querían ver a sus madres enfrentadas, no querían elegir entre ellas.
La Reina Elfar, cuya conexión con la naturaleza le otorgaba una paciencia casi infinita, se adelantó y, en un gesto de amor y reconciliación, besó suavemente a Cristal en los labios. Era una promesa silenciosa, un recordatorio de que el amor verdadero perdura a pesar de las tormentas.
La Reina Vampira, movida por un impulso posesivo y una pasión que desafiaba las eras, se apresuró a tomar a Cristal entre sus brazos. "¡Ella es mía!", exclamó con un tono que mezclaba el deseo y el temor a perderla.
La situación estaba al borde del colapso, con el potencial de desencadenar un conflicto que podría devastar no solo sus corazones, sino también sus reinos. Cristal, con lágrimas de frustración y amor desbordando sus ojos, se zafó suavemente de la Reina Vampira y se colocó entre las tres soberanas. "¡Basta!", exclamó con una fuerza que sorprendió incluso a las criaturas más antiguas presentes en el castillo.
Las tres reinas, enfrentadas por pasiones encontradas, se detuvieron y miraron a Cristal. La Reina Elfar bajó la cabeza, reconociendo que el amor no puede ser encadenado; la Reina Dragona replegó sus alas, entendiendo que la posesividad solo lleva a la destrucción; y la Reina Vampira, con lágrimas de sangre en sus ojos, aceptó que el amor debe ser libre para que sea verdadero.
"Si realmente me aman, si realmente aman a nuestras hijas, no podemos seguir así", dijo Cristal con determinación. "Debemos encontrar un equilibrio, una forma de vivir nuestras vidas donde todas tengamos un lugar, sin que ninguna se sienta menospreciada o excluida. Por favor, por el bien de nuestras hijas, trabajemos juntas."
Las reinas, conmovidas por la sinceridad y la valentía de Cristal, asintieron en silencio. Sabían que el camino no sería fácil, que habría desafíos y momentos de duda, pero también sabían que el amor que compartían por Cristal y por sus hijas era un lazo más fuerte que cualquier diferencia entre ellas.
Y así, en un castillo donde la noche y el día se encontraban, donde el fuego, la naturaleza y la eternidad se entrelazaban, comenzó el arduo proceso de curación y entendimiento. Porque en el fin, el amor era el verdadero poder que las unía, y juntas, encontrarían el camino hacia la paz y la armonía.