El Despertar de Dayra
En la secundaria, Danitza prefería la soledad. Sus ojos se perdían en las páginas de un libro en lugar de buscar la mirada de otros. Sus compañeros no comprendían su silencio; algunos se alejaron, otros murmuraron críticas que Danitza, con su indiferencia, desvanecía como el viento esparce las hojas en otoño.
Pero el tiempo jugó en su favor. Al pisar la prepa, algo había cambiado. Quizá fue el pasar de los años, quizá la forma en que su personalidad se reflejaba en su apariencia, pero la Danitza que entró a esa nueva etapa era una joven que, sin pretenderlo, acaparaba las miradas. Ya no era la niña callada de secundaria; su belleza natural la había llevado a ser una persona admirada por muchos de sus compañeros.
Era común verla liderar proyectos o encargarse de organizar los exámenes; se había convertido en una figura emblemática dentro de su escuela. Incluso en el deporte descubrió una pasión y habilidad que antes no sabía que tenía. Aunque su figura había cambiado, Danitza mantenía ese carácter reservado, esa esencia que muchos confundían con timidez.
Llegó el Día de San Valentín y la sorprendieron con regalos de admiradores secretos. Cuando su cumpleaños irrumpe en el calendario el 16 de marzo, ella es homenajeada con más obsequios y felicitaciones. Su personalidad y las atenciones que recibía la habían llevado a ser extremadamente popular, aunque eso era lo último que buscaba.
Un año más tarde, el pasado golpeó la puerta de la prepa. Sus ex amigos, incluyendo a Gadiel, Gael, Hanna, Paulina, Eduardo, los dos Kim, Mariana, Ivanna, Daniel, y Dariana, regresaron. Entre ellos se hallaba Francisco, su actual mejor amigo. Danitza sentía una preferencia por su primer nombre, Dayra, pero era conocida como Danitza, el nombre que todos asociaban con la chica popular que ahora era.
Los recién llegados, desconociendo cómo era el panorama actual, sentían curiosidad por quién ocupaba el puesto de popular. Kim, uno de los recién llegados, con ansias de protagonismo, intentó arrebatarle el título a Danitza, pero no hubo caso; el afecto y respeto de sus compañeros hacia ella era inquebrantable.
A pesar de todo, Danitza, o mejor dicho, Dayra, seguía prefiriendo su serenidad interior. No le interesaban las etiquetas ni el ser el centro de atención. Ciertamente, muchos le declaraban su amor, mas ella no tenía ojos para ellos.
Solo Francisco, en el abrigo de lo que la noche esconde, lograba vislumbrar el corazón de Dayra. En secreto, ambos compartían momentos que iban más allá de la amistad. Su relación clandestina era un enigma solo desvelado por las estrellas que eran testigos de sus encuentros.
Danitza, la antigua niña antisocial, se había transformado sin querer en el sol que todos querían orbitar, pero su esencia seguía siendo la misma; una estrella brillando con luz propia, viviendo al margen de la popularidad, eternamente fiel a sí misma y a aquellos lazos genuinos que ella escogía tejer con el hilo de su afecto y confianza.